EL PAPA REAPAREIX DESPRÉS DE LA MISSA JUBILAR PELS MALALTS
La sorpresa al final de la missa jubilar per als malalts i el món sanitari d’aquest migdia a Sant Pere del Vaticà ha estat l’arribada del papa Francesc. En cadira de rodes, acompanyat pel seu infermer personal, va arribar a l’altar on, després de la benedicció final del celebrant, l’arquebisbe Fisichella, va pronunciar una breu salutació: “Feliç diumenge a tothom, moltes gràcies!”.
Enmig de l’emoció de tots els presents a la plaça, els lectors van transmetre a continuació el seu missatge d’acció de gràcies. Francesc saluda “amb afecte tots els qui han participat en aquesta celebració i agraeix de tot cor les oracions elevades a Déu per la seva salut, desitjant que la peregrinació jubilar sigui rica en fruits”.
Tot seguit, va impartir la Benedicció Apostòlica, que va estendre “als éssers estimats, als malalts i als qui pateixen, així com a tots els fidels reunits avui aquí”.
Abans d’adreçar-se cap a l’altar a l’esplanada de la plaça de Sant Pere, segons informa l’Oficina de Premsa vaticana, el Pontífex va rebre el Sagrament de la Reconciliació a la Basílica de Sant Pere, es va recollir en pregària i va travessar la Porta Santa.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO LEÍDA POR S.E. MONS. RINO FISICHELLA
«Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?» (Is 43,19). Son las palabras que Dios, a través del profeta Isaías, dirige al pueblo de Israel en el exilio de Babilonia. Para los israelitas es un momento difícil, parece que todo se hubiera perdido. Jerusalén fue conquistada y devastada por los soldados del rey Nabucodonosor II y al pueblo, deportado, no le quedó nada. El horizonte aparece cerrado, el futuro oscuro, cualquier esperanza frustrada. Todo podría inducir a los exiliados a rendirse, a resignarse amargamente, a dejar de sentirse bendecidos por Dios.
Sin embargo, precisamente en este contexto, el Señor invita a acoger algo nuevo que está naciendo. No algo que sucederá en el futuro, sino que ya está ocurriendo, que está germinando como un brote. ¿De qué se trata? ¿Qué puede nacer, qué puede haber comenzado a brotar en un panorama desolador y desesperanzado como este?
Lo que está naciendo es un nuevo pueblo. Un pueblo que, derribadas las falsas seguridades del pasado, ha descubierto lo que es esencial, permanecer unidos y caminar juntos a la luz del Señor (cf. Is 2,5). Un pueblo que podrá reconstruir Jerusalén porque, lejos de la Ciudad Santa, con el templo ya destruido, sin poder celebrar las liturgias solemnes, ha aprendido a encontrar al Señor de otra forma, en la conversión del corazón (cf. Jr 4,4), en la práctica del derecho y la justicia, en el cuidado del pobre y necesitado (cf. Jr 22,3), en las obras de misericordia.
Es el mismo mensaje que, de un modo distinto, podemos captar en la perícopa evangélica (cf. Jn 8,1-11). También aquí hay una persona, una mujer cuya vida está destruida, no por un exilio geográfico, sino por una condena moral. Es una pecadora, y por ello lejana de la ley y condenada al ostracismo y a la muerte. Para ella tampoco parece que haya esperanza. Pero Dios no la abandona. Al contrario, justo en el momento en que sus verdugos recogen las piedras, precisamente allí, Jesús entra en su vida, la defiende y la rescata de esa violencia, dándole la posibilidad de comenzar una existencia nueva: «Vete» —le dice—, “eres libre”, “estás salvada” (cf. v. 11).
Con estas narraciones dramáticas y conmovedoras, la liturgia nos invita hoy a renovar, en el camino cuaresmal, la confianza en Dios, que está siempre presente, cerca de nosotros, para salvarnos. No hay exilio, ni violencia, ni pecado, ni alguna realidad de la vida que pueda impedirle estar ante nuestra puerta y llamar, dispuesto a entrar apenas se lo permitamos (cf. Ap 3,20). Es más, especialmente cuando las pruebas se hacen más duras, su gracia y su amor nos abrazan con más fuerza para realzarnos.
Hermanas y hermanos, leemos estos textos mientras celebramos el Jubileo de los enfermos y del mundo de la sanidad, y ciertamente la enfermedad es una de las pruebas más difíciles y duras de la vida, en la que percibimos nuestra fragilidad. Esta puede llegar a hacernos sentir como el pueblo en el exilio, o como la mujer del Evangelio, privados de esperanza en el futuro. Pero no es así. Incluso en estos momentos, Dios no nos deja solos y, si nos abandonamos en Él, precisamente allí donde nuestras fuerzas decaen, podemos experimentar el consuelo de su presencia. Él mismo, hecho hombre, quiso compartir en todo nuestra debilidad (cf. Flp 2,6-8) y sabe muy bien qué es el sufrimiento (cf. Is 53,3). Por eso a Él le podemos presentar y confiar nuestro dolor, seguros de encontrar compasión, cercanía y ternura.
Pero no sólo eso; en su amor confiado, Él quiere comprometernos para que también nosotros podamos ser “ángeles” los unos para los otros, mensajeros de su presencia, hasta el punto que muchas veces, sea para quien sufre, sea para quien asiste, el lecho de un enfermo se puede transformar en un “lugar sagrado” de salvación y redención.
Queridos médicos, enfermeros y miembros del personal sanitario, mientras atienden a sus pacientes, especialmente a los más frágiles, el Señor les ofrece la oportunidad de renovar continuamente su vida, nutriéndola de gratitud, de misericordia y de esperanza (cf. Bula Spes non confundit, 11). Los llama a iluminarla con la humilde conciencia de que no hay que suponer nada y que todo es don de Dios; a alimentarla con esa humanidad que se experimenta cuando dejamos caer las máscaras y queda sólo lo que verdaderamente importa, los pequeños y grandes gestos de amor. Permitan que la presencia de los enfermos entre como un don en su existencia, para curar sus corazones, purificándolos de todo lo que no es caridad y calentándolos con el fuego ardiente y dulce de la compasión.
Queridos hermanos y hermanas enfermos, en este momento de mi vida comparto mucho con ustedes: la experiencia de la enfermedad, de sentirnos débiles, de depender de los demás para muchas cosas, de tener necesidad de apoyo. No es siempre fácil, pero es una escuela en la que aprendemos cada día a amar y a dejarnos amar, sin pretender y sin rechazar, sin lamentar y sin desesperar, agradecidos a Dios y a los hermanos por el bien que recibimos, abandonados y confiados en lo que todavía está por venir. La habitación del hospital y el lecho de la enfermedad pueden ser lugares donde se escucha la voz del Señor que nos dice también a nosotros: «Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?» (Is 43,19). Y de esa manera renovar y reforzar la fe.
Benedicto XVI —que nos dio un hermoso testimonio de serenidad en el tiempo de su enfermedad— escribió que «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento» y que «una sociedad que no logra aceptar a los que sufren […] es una sociedad cruel e inhumana» (Carta enc. Spe salvi, 38). Es verdad, afrontar juntos el sufrimiento nos hace más humanos y compartir el dolor es una etapa importante de todo camino hacia la santidad.
Queridos amigos, no releguemos al que es frágil, alejándolo de nuestra vida, como lamentablemente vemos que a veces suele hacer hoy un cierto tipo de mentalidad, no apartemos el dolor de nuestros ambientes. Hagamos más bien de ello una ocasión para crecer juntos, para cultivar la esperanza gracias al amor que Dios ha derramado, Él primero, en nuestros corazones (cf. Rm 5,5) y que, más allá de todo, es lo que permanece para siempre (cf. 1 Co 13,8-10.13).
Missatge del Papa per la Jornada Mundial del Malalt
Benvolguts germans i germanes:
Celebrem la XXXIII Jornada Mundial del Malalt en l’Any Jubilar 2025, en el qual l’Església ens convida a fer-nos “pelegrins d’esperança”. En això ens acompanya la Paraula de Déu que, per mitjà de sant Pau, ens dona un gran missatge d’alè: «L’esperança no defrauda» (Rm 5,5), és més, ens fa forts en la tribulació.
Són expressions consoladores, però que poden suscitar alguns interrogants, especialment en els qui pateixen. Per exemple: com podem mantenir-nos forts, quan patim en carn pròpia malalties greus, invalidants, que potser requereixen tractaments els costos dels quals van més enllà de les nostres possibilitats? Com podem fer-ho quan, a més del nostre patiment, veiem patir als qui ens estimen i que, tot i estar al nostre costat, se senten impotents per no poder-nos ajudar? En totes aquestes situacions sentim la necessitat d’un suport superior a nosaltres: necessitem l’ajuda de Déu, de la seva gràcia, de la seva Providència, d’aquella força que és do del seu Esperit (cf.Catecisme de l’Església Catòlica, 1.808).
Aturem-nos doncs un moment a reflexionar sobre la presència de Déu que es manté a prop de qui pateix, en particular sota tres aspectes que la caracteritzen: l’encontre, el do i el compartir.
1. L’encontre. Jesús, quan va enviar en missió els setanta-dos deixebles (cf. Lc 10,1-9), els va exhortar a dir als malalts: «El Regne de Déu és a prop vostre» (v. 9). Els va demanar concretament que els ajudessin a comprendre que també la malaltia, fins i tot quan sigui dolorosa i difícil d’entendre, és una oportunitat d’encontre amb el Senyor. En el temps de la malaltia, en efecte, si d’una banda experimentem tota la nostra fragilitat com a criatures —física, psicològica i espiritual—, de l’altra, fem l’experiència de la proximitat i la compassió de Déu, que en Jesús ha compartit els nostres patiments. Ell no ens abandona i moltes vegades ens sorprèn amb el do d’una determinació que mai no hauríem pensat tenir, i que mai no hauríem trobat per nosaltres mateixos.
La malaltia aleshores es converteix en motiu d’un encontre que ens transforma; en el trobament d’una roca infrangible a la qual ens podem aferrar per a afrontar les tempestes de la vida; una experiència que, fins i tot en el sacrifici, ens torna més forts, perquè ens fa més conscients que no estem sols. Per això es diu que el dolor comporta un misteri de salvació, perquè fa experimentar el consol que ve de Déu de manera propera i real, fins a «conèixer la plenitud de l’Evangeli amb totes les seves promeses i la seva vida» (S. Joan Pau II, Discurs als joves, Nova Orleans, 12 de setembre de 1987).
2. I això ens condueix al segon punt de reflexió: el do. Certament, mai com en el patiment ens adonem que tota esperança ve del Senyor, i que per això és, abans que res, un do que hem d’acollir i cultivar, mantenint-nos “fidels a la fidelitat de Déu”, segons la bella expressió de Madeleine Delbrêl (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciutat del Vaticà 2024, Prefaci).
D’altra banda, només en la resurrecció de Crist el nostre destí troba el seu lloc a l’horitzó infinit de l’eternitat. Només de la seva Pasqua ens ve la certesa que res, «ni la mort ni la vida, ni els àngels o altres poders, ni res del món present o del futur, ni els estols del cel o de les profunditats, ni res de l’univers creat no serà capaç d’allunyar-nos de Déu que, en Jesucrist, el nostre Senyor, ha demostrat com ens estima» (Rm 8,38-39). I d’aquesta “gran esperança” en deriva qualsevol altre raig de llum que ens permet superar les proves i els obstacles de la vida (cf. Benet XVI, Carta enc. Spe salvi, 27.31). No només això, sinó que el Ressuscitat també camina amb nosaltres, fent-se el nostre company de viatge, com amb els deixebles d’Emmaús (cf. Lc 24,13-35). Com ells, també nosaltres podem compartir amb Ell el nostre desconcert, les nostres preocupacions i les nostres desil·lusions, podem escoltar la seva Paraula que ens il·lumina i fa abrusar el nostre cor, i ens permet reconèixer-lo present en la fracció del Pa, entreveient en aquest estar amb nosaltres, fins i tot en els límits del present, aquest “més enllà” que en apropar-se ens retorna valentia i confiança.
3. I arribem així al tercer aspecte, el del compartir. Els llocs on es pateix són sovint llocs d’intercanvi, d’enriquiment mutu. Quantes vegades, al costat del llit d’un malalt, s’aprèn a esperar! Quantes vegades, estant a prop de qui pateix, s’aprèn a creure! Quantes vegades, inclinant-se davant del necessitat, es descobreix l’amor! És a dir, ens adonem que som “àngels” d’esperança, missatgers de Déu, els uns per als altres, tots junts: malalts, metges, infermers, familiars, amics, sacerdots, religiosos i religioses; i allà on siguem: a la família, als dispensaris, a les residències de gent gran, als hospitals i a les clíniques.
I és important saber descobrir la bellesa i la magnitud d’aquests encontres de gràcia i aprendre a escriure’ls a l’ànima per a no oblidar-los; conservar al cor el somriure amable d’un agent sanitari, la mirada agraïda i confiada d’un pacient, el rostre comprensiu i atent d’un metge o d’un voluntari, l’aspecte expectant i inquiet d’un cònjuge, d’un fill, d’un net o d’un amic entranyable. Totes són llum que cal atresorar ja que, fins i tot en la foscor de la prova, no només donen força, sinó que ensenyen el veritable gust de la vida, en l’amor i la proximitat (cf. Lc 10,25-37).
Benvolguts malalts, benvolguts germans i germanes que assistiu els qui pateixen, en aquest Jubileu vosaltres teniu més que mai un rol especial. El vostre caminar junts, en efecte, és un signe per a tothom, «un himne a la dignitat humana, un cant d’esperança» (Butlla Spes non confundit, 11), la veu del qual va molt més enllà de les habitacions i els llits dels sanatoris on us trobeu, estimulant i animant en la caritat «el concert de tota la societat» (cf.ibíd.), en una harmonia a vegades difícil de realitzar, però precisament per això, molt dolça i forta, capaç de dur llum i escalfor allà on més cal.
Tota l’Església us ho agraeix. Jo també ho faig i prego per vosaltres encomanant-vos a Maria, Salut dels malalts, per mitjà de les paraules amb les quals tants germans i germanes s’hi han dirigit en les dificultats:
Sota el vostre mantell ens emparem, santa Mare de Déu;
escolteu les nostres pregàries en tota necessitat
i aparteu-nos sempre dels perills, Verge, gloriosa i beneïda.
Us beneeixo, juntament amb les vostres famílies i els vostres éssers estimats, i us demano, si us plau, que no us oblideu de pregar per mi.
Francesc
Roma, Sant Joan del Laterà, 14 de gener de 2025
- Notícies del Bisbat
